Editorial

Impericia

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La inédita conferencia de prensa de más de 50 minutos en que el Presidente Gabriel Boric intentó explicar su rol en el caso Monsalve abrió más dudas que certezas y lejos de reducir los daños, instaló de lleno el problema no solo en La Moneda, sino en el sillón Presidencial. El mandatario buscó protagonizar un ejercicio de transparencia en vivo, instantáneo, y aunque todo acto de nitidez de las autoridades públicas es bienvenido, lo que el Presidente pareció no sopesar fue la gravedad de los hechos que relató, ni pareció tener conciencia de cómo su propia autoridad se vio mermada ante los actos de un ahora exalto funcionario investigado por una grave denuncia, pero que además incumplió las tareas propias de su cargo.

Parte de esta impericia se reflejó en que el propósito del Presidente y su puesta en escena fue explicarse a sí mismo y levantar cualquier asomo de duda sobre su persona, pero con ello dejó de lado que la primera magistratura no es personal, sino un cargo institucional. Los mandatarios no se representan a sí mismos, sino a la República.

El Gobierno, que se declaró feminista y se mofó de las “viejas prácticas”, no está respondiendo a los altísimos estándares que reclamaba.

Todos los hechos conocidos desde el jueves pasado hasta ahora dan cuenta de improvisaciones, torpezas e, incluso, abusos de poder. Si el exsubsecretario del Interior cometió o no un delito lo determinarán los tribunales de justicia, pero las circunstancias que rodean al conocimiento posterior de estos hechos por parte del Gobierno requieren ser aclaradas.

Cuesta comprender el tratamiento preferencial que se le dio a Monsalve, la posibilidad de avisar a su familia, el uso del avión oficial, las 48 horas que se le concedieron antes de dejar el cargo, su participación en una sesión en el Congreso, y que fuese el propio exsubsecretario quien anunciara su renuncia y no el Gobierno, sobre todo en un caso de alta sensibilidad, por los delitos involucrados, y en el marco de un Gobierno que se ha declarado feminista.

Igualmente indecoroso es haber conocido en estas circunstancias que quien fungía como Ministro del Interior subrogante, a cargo de la seguridad en el país durante el fin de semana de Fiestas Patrias, anunciado como el de mayor preocupación en esta materia y para el cual se habían planificado amplios dispositivos de prevención, no estuvo a la altura de sus funciones. Solo agrava las responsabilidades el que el Presidente y la ministra titular también lo ignorasen.

Él actual es un Gobierno cuyas máximas autoridades apuntaron con el dedo de la moral superior a generaciones enteras de políticos de la “vieja guardia”. Es un Gobierno que acusó a toda la clase política anterior de cultivar el oscurantismo y la falta de transparencia en la actuación pública, que se mofó y usó el escarnio como herramienta de discurso político hacia las “viejas prácticas”. Nada de lo esperado bajo esos altísimos estándares hoy está ocurriendo.

Habitar el cargo de Presidente de la República no es un ejercicio fácil, pero cuando el país se debate entre la oportunidad de aprovechar sus ventajas naturales para volver a crecer, cuando esperamos un liderazgo que resuelva y empodere, no es posible resignarse a este espectáculo de impericia, falta de nitidez y certeza política.

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